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Una breve revisión de la biografía de Edgar Alberto Páez Mozo confirma su rol protagónico en los más diversos ámbitos. A comienzos del 2023, el Ministerio Ciencia Tecnología e Innovación le otorgó un reconocimiento vitalicio por sus aportes al desarrollo del departamento de Santander desde la química. A la par de las demandantes labores académicas en la Universidad Industrial de Santander que le hicieron merecedor de tal galardón, el profesor Páez también le dedicó sus esfuerzos a la escena cultural de Bucaramanga. Así pues, participó activamente en la creación del Festival de Piano UIS, en 1984, y en la del Museo de Arte Moderno de Bucaramanga, en 1985. Pero hay otra faceta en su trayectoria vital que tal vez no es tan conocida, pero resulta igual de importante: el compromiso con la promoción del deporte y, en especial, el fútbol, al interior de la Universidad.

Para entender las circunstancias de su afición futbolera hay que remontarse hasta sus orígenes. En su Ocaña natal, el infante Edgar pateó sus primeros balones, sin mucho virtuosismo, como él mismo reconoce sin reparos, y organizó su propio equipo mientras cursaba los estudios primarios. De la mano de compañeros que al igual que él no fueron tenidos en cuenta en el equipo oficial de su colegio, lograron ser campeones en un torneo escolar de la localidad. A partir de entonces, el vínculo con el fútbol, tanto en el juego como en la organización, fue una constante en todas las etapas de su vida estudiantil. En los campeonatos internos de la Facultad de Química de la Universidad Nacional en Bogotá, alcanzó de nuevo un triunfo imprevisto que vino a reforzar sus convicciones sobre el trabajo en equipo y la compensación de las limitaciones con sacrificio. Para ese momento, la Facultad albergaba las carreras de Química e Ingeniería Química y, puesto que las cohortes estudiantes de Química eran más pequeñas, los equipos de Ingeniería Química eran usualmente los más fuertes. No obstante, Páez y compañía desafiaron los pronósticos para conquistar el campeonato con el equipo de Química. Sin un contexto competitivo, pero sí con un sentido de integración social, Edgar Páez continuó jugando fútbol durante el desarrollo de sus estudios doctorales en la Universidad Carnegie Mellon de los Estados Unidos. Los sábados, junto con estudiantes latinoamericanos, europeos y asiáticos, organizaban picaditos en las canchas del campus universitario para darse un espacio más allá del ámbito estrictamente académico.

Terminada la etapa estudiantil, su vinculación con el fútbol se hizo extensiva a la etapa profesional con la mayor naturalidad. Ni bien se vinculó a la UIS como profesor, en 1972, Edgar Paez organizó junto con otros colegas un equipo de fútbol de profesores: el Equipo B. Era el «B» porque ya existía un primer equipo, que pasó a conocerse como el «A», que no tenía espacio para acoger a nuevos integrantes. Y como luego llegaron más profesores futboleros se alcanzó a conformar un Equipo «C». Con tantos equipos, la decisión más lógica fue buscar un espacio competitivo propio. Así nació el Torneo de la Amistad, que no siempre era fiel a su nombre pues ocasionalmente los partidos resultaban muy disputados al momento de reunir a los equipos de profesores UIS con otros equipos representativos de diferentes sectores (administradores, abogados, médicos, profesores de bachillerato, empleados de la Electrificadora, entre otros). Además, el profesor Paéz y su Equipo B participaban de diversos eventos e invitaciones que los llevaron a jugar en Barranquilla, Pamplona, Cúcuta, Barrancabermeja y Paz del Río, entre otras locaciones. 

Ahora bien, la actividad futbolera del profesor Páez en la UIS también se destacó por el acompañamiento a los equipos de estudiantes. Además de su cercanía con Julio Romero González, el entrenador de fútbol de la Universidad, sin duda lo atrajo el destacado nivel que los equipos estudiantiles de la Universidad alcanzaron durante la década de 1970. No en vano, en el cubrimiento realizado por la prensa local sobre el equipo de la UIS que resultó campeón del torneo de primera categoría de 1977, se reconoció a Edgar Páez como parte del «personal de infatigables colaboradores en otros frentes, que domingo tras domingo siguió todas las incursiones de los muchachos, que se desveló por el bienestar de todos».

Precisamente este conocimiento de primera mano de todo el entorno del fútbol en la Universidad lo motivó a asumir las gestiones que desembocarían en la construcción del Estadio 1 de Marzo. Para ello se valió de su rol como representante de los profesores en el Consejo Superior para formalizar la iniciativa, pero no fue nada fácil que las partes involucradas entendieran la importancia de construir un escenario deportivo de tal magnitud en medio de las dificultades financieras que afrontó la educación pública en Colombia durante la década de 1980. No obstante, el profesor Paéz se valió de dos argumentos claros. En primer lugar, insistió en que una buena cancha de fútbol podría tener un impacto equivalente en la formación de los estudiantes al de cualquier laboratorio de especialización, pues la actividad física hacía parte de su formación integral. En segundo lugar, les recordó a las directivas, con planos y documentos en mano, que la construcción de los escenarios deportivos estaba ya contemplada en el Plan de Desarrollo de la Universidad formulado desde 1971, luego no se trataba de una petición coyuntural. Tras muchas discusiones, y gracias al apoyo del entonces Gobernador de Santander, Álvaro Beltrán Pinzón, el Estadio se puso al servicio de la comunidad universitaria a partir de 1987. 

Ya disfrutando de una merecida jubilación y alejado definitivamente de las canchas del fútbol, Edgar Páez rememora todas estas vivencias con un cariño especial. Insiste en que su cotidianidad en la Universidad se vio gratamente enriquecida por todo lo que el fútbol le hacía vivir junto a sus colegas y estudiantes. Asegura que fue muy divertido compartir con tantas personas tan diferentes una misma pasión: la pasión del fútbol.