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La memoria es individual y social, también es muy subjetiva y selectiva, pero igualmente es vivencial, única. El doctor Álvaro Ramírez García me dio esta entrevista en 1999 y su autorización para hacerla pública cuando lo considerase. Creo que es un fragmento de memoria muy lúcido entre los cientos de entrevistas y memorias recopiladas durante más de treinta años de investigación sobre la historia de la UIS y de la educación superior en Colombia. Con todo el respeto a la memoria del doctor Álvaro Ramírez García, a su familia y a la comunidad universitaria, va este fragmento de memoria en homenaje a su espíritu reflexivo y combativo, y a su incondicional amor a la UIS.

Bucaramanga, marzo 20 de 1999 

Un texto de Álvaro Acevedo Tarazona, profesor UIS.

Bucaramanga, 1951. Bachiller del Colegio de Santander. Ingeniero Químico egresado de la Universidad Industrial de Santander. Magíster en Ingeniería Química de la UIS. PhD de Lehigh University, Estados Unidos. Profesor Titular Laureado de la Escuela de Ingeniería Química de la UIS. Miembro de la Comisión Nacional de Doctorados y Maestrías. Par Evaluador Institucional y Pe programas del Consejo Nacional de Acreditación (CNA). Vicerrector Académico de la Universidad Industrial de Santander. Exrector de la Universidad Industrial de Santander. 

Nací en 1951, en Bucaramanga. En el sitio donde vivía tenía vecinos tres cuadras a la redonda. Tuve como vecinos al “Cuca” Aceros, al “Papo” Flórez, a Carlos Magno. En general, el barrio estaba conformado por un conjunto de muchachos de poca educación, algunos de ellos futbolistas que llegaron a la Selección Colombia, que llegaron al Atlético Bucaramanga. Recuerdo que ellos jugaban descalzos, con bolas de trapo y la portería era el caño. Pero junto a esa gente que vivía tres cuadras a la redonda, estaba también el doctor Gerardo Ramírez, quien fue decano de Salud; el profesor Ruíz de Sistemas, que era ingeniero mecánico. Es decir, allí vivíamos un montón de pelaos que sí teníamos oportunidad de estudiar en el Colegio de Santander o en el Tecnológico. Había una posible movilidad social y también una competencia atroz, una vaina jodida. Durante toda mi vida vi subir por la calle novena un montón de chinos de los barrios de abajo, por donde vivía, ahora eso no se ve, eso sí me tiene preocupado. 

Entré a la Universidad Industrial de Santander en el año de 1970. Yo procedo de una familia muy numerosa y pobre que vivía aquí muy cerca de la universidad. Vivir tan cerca de la universidad me permitió participar muchísimo durante la década del sesenta en calidad de estudiante, por ahí en vainas. Así que estuve cuando el movimiento de Camilo Torres y el de Jaime Arenas. Esa marcha que hubo en el 64 realmente movilizó a la ciudadanía. Recuerdo que participaba en todas esas manifestaciones, más o menos también estaba enterado del asunto político aquí en la universidad. 

Jaime Arenas fue para la juventud de esa época un líder a quien uno lo consideraba de altísima inteligencia, de mucha capacidad de análisis, de mucha capacidad de convocatoria y de oratoria; lo mismo Camilo. Cuando ellos dos se fueron a la guerrilla, para la juventud de la época y, por lo menos en el caso personal, creció la simpatía hacia la guerrilla, porque allá estaban ellos. Pero qué extraño, cuando murió Camilo en combate se volvió un héroe, cuando mataron a Jaime Arenas, a quien lo mató la propia guerrilla que integró, el ELN, en 1971, en la UIS se produjo una cosa muy extraña porque no hubo una ruptura sentimental con la guerrilla por haber matado a Jaime. A Jaime Arenas, en ese momento, lo consideraron un traidor. Pese a ello, el grupo político nuestro en la universidad nunca lo consideró un traidor, sino una persona que más bien no había sido entendida por la dirección, concretamente por los hermanos Vásquez Castaño. 

En 1970 comencé el primer semestre en la UIS y al mismo tiempo también me vinculé a un grupo de teatro que se llamaba El Duende. Este era un grupo que había nacido en el Colegio Santander y que yo lo encontré aquí en la universidad. El grupo de teatro fue un grupo de estudio político; también fue un grupo de militancia en cierta forma, porque, aunque no pertenecíamos a ningún movimiento, sí teníamos simpatías con algunos grupos políticos, uno o dos miembros del grupo de teatro siempre estábamos en todos los movimientos sindicales, en los movimientos sociales y en el movimiento estudiantil. Era una época en la que había mucho romanticismo por la revolución. Para la participación política, nosotros, por ejemplo, hacíamos obras de apoyo al Vietcong, salíamos a mostrar la obra de teatro en apoyo a este pueblo. Es decir, seguíamos realmente al Che, quien llamaba a la participación política. También participábamos en todos los movimientos sindicales. En las grandes huelgas nosotros íbamos y hacíamos investigaciones del porqué de la huelga, y montábamos una obra de teatro de apoyo a la protesta. La obra, primero, la hacíamos en la universidad y luego la llevábamos a otras regiones. Había una cierta crítica interesante, política, sobre todo, pero también estética. 

Siempre estuve en el grupo de teatro, durante toda la carrera de ingeniería y después cuando hice la maestría. Pero tuvimos una ruptura en el grupo de teatro. El grupo se dividió, unos siguieron con lo suyo y nosotros conformamos un grupo que se llamó El Equipo. Nos fuimos más por el lado histórico, es decir, retomar hechos históricos y tratar de montarlos en escena. También hicimos lo mismo con el grupo de teatro El Duende. Teníamos una obra de base que se llamaba Los Inconformes, basada en la obra Los Inconformes de Tote Giraldo. La obra mostraba una versión de muchas en Colombia, cinco tomos, la historia de un gran patriota comunista que después lo echaron del partido. Nosotros teníamos montada esa obra, y por esa obra también llamábamos Los Incompletos, porque todo el montaje nunca se terminó. 

Pero para nosotros lo más importante era estudiar y aprender, porque estudiar se veía como una manera de acceder al conocimiento. En realidad, esa es la palabra que puede utilizarse: acceder al conocimiento científico. El conocimiento científico es un arma, un arma muy poderosa porque se construye mediante el desarrollo tecnológico, mediante el desarrollo de las fuerzas productivas. Entonces había que tener un buen nivel académico, además porque debíamos enfrentarnos a una contraposición, la contraposición entre ciencia, mitos y religiones.  Y nosotros estábamos con la ciencia. La ciencia, en ese momento, tenía mucha respetabilidad, pero no haciendo reglamentos para acceder al conocimiento. Lo importante era ser buen estudiante y no estar pendiente de los reglamentos ni de las notas. Eso de estar pendiente solo de la nota era otra cosa, y eso tenía su apellido: academicismo. El academicismo se veía como una cosa puramente formal, no sustancial. Un academicista es una persona que está solamente preocupada por la nota. Nosotros, en cambio, estábamos preocupados por la ciencia. Pero eso sí, había que ser bueno. Además, seguíamos una frase del Che Guevara en la que decía a su hijo: “a tu edad ser revolucionario significa ser buen estudiante”. Seguir esa frase era como recibir la bendición para ser buen estudiante, y de hecho la mayoría de nosotros éramos académicamente buenos. 

La clase para nosotros era una cosa supremamente rara. Tal vez hoy también es lo mismo, porque la clase es una isla. En la clase había una autoridad marcada por el docente, es decir, una pedagogía opresora en la que el profesor manda y el estudiante, aunque fuese de Audesa y todo lo demás, era un simple estudiante y nunca confrontaba ni criticaba. Además, el estudiante en clase no tenía con qué confrontar realmente al profesor, porque el modelo era el uno habla y el otro escucha. 

De acuerdo con esto, nosotros cuestionábamos ese tipo de clases y ese estilo de pedagogía, pero no para la universidad, la cuestionábamos para la labor de politización, o sea, nosotros, por ejemplo, leíamos mucho a Pablo Freire, que es el que hace una crítica a ese tipo de educación, la cual él llama bancaria. Esta posición nosotros no la veíamos como algo que valiese la pena aplicarla a la universidad, sino al trabajo político. A los profesores los percibíamos como una autoridad, como una autoridad académica. Los profesores de la UIS eran muy buenos y tenían fama. Solamente había irrespeto, digámoslo así, cuando había un movimiento estudiantil. Uno podía sabotear la clase, pero en realidad nunca lo hicimos, más bien lo que hacíamos era que desde afuera empezábamos a gritar que había que salir. En ese entonces éramos antireformistas. Para nosotros el movimiento estudiantil no tenía reivindicaciones propias, las reivindicaciones propias del movimiento estudiantil eran las del movimiento obrero, eran las de los campesinos y, fundamentalmente, era la toma del poder y el cambio de la sociedad. De modo pues que las otras cosas, como las reivindicaciones gremiales del movimiento estudiantil, solamente servían para una discusión menor. Pero para nosotros no eran las fundamentales. Nosotros no íbamos a pelear en la universidad por una reforma de alguna cuestión. Si había una lucha dentro de la universidad no era por una reforma, era porque veíamos encarnado el interés imperialista, el interés reformista o el interés electorero. Por estas cosas era contra lo cual se luchaba dentro de la universidad, pero no nos interesaba ir a luchar por una cuestión puramente reformista en la universidad. 

Nosotros nos cuestionábamos permanentemente por la labor de politización. Leíamos mucho a Pablo Freire, quien es el que hace una crítica a ese tipo de educación que llama bancaria. Nuestra lucha era propiamente por el trabajo político. Realmente uno creía que toda esa lucha política internacional que se daba y de la cual nosotros participábamos, tenía acorralado al imperialismo. Seguíamos, por ejemplo, una frase de Mao que decía que “el imperialismo es un tigre de papel”. Es decir, que al imperialismo se le puede atacar y si se le ataca no es tan fuerte como parece ser. También se decía que el imperialismo era un gigante con pies de barro. Y esas ideas calaban en las mentes de nosotros. Cuando hacíamos obras de teatro de apoyo al Vietcong, uno creía que eso realmente sí colaboraba en la guerra que confrontaba al imperialismo, que sí colaboraba al triunfo del Vietcong. Pero para mí fue realmente sorprendente cuando llegué a hacer el doctorado a Estados Unidos y vi esa capacidad tecnológica, esa organización, esa fortaleza institucional de ese país, y me daba risa pensar que yo creía que teníamos acorralado al imperialismo, que a ese tigre lo teníamos acorralado, que teníamos acorralado al imperialismo. 

En aquella época sí hubo un movimiento estudiantil. Entre los estudiantes y grupos había el suficiente liderazgo para proponer una caracterización de la sociedad colombiana, para proponer un esquema de lucha o un papel específico para el movimiento estudiantil dentro de esa movilización general. Había un papel específico en el movimiento estudiantil, es decir, aquel movimiento estudiantil era muy consciente de las limitaciones que tenía, pero también se entendía que hacía parte de una corriente más general, digamos, de la trasformación social, de la trasformación revolucionaria de la sociedad. Y el movimiento estudiantil tenía un papel de denuncia y de agitación, no de dirección. Eso lo teníamos muy claro, nosotros decíamos que nuestro papel era de denuncia y agitación, no de dirección. Había otras ideas en las que también estábamos de acuerdo, por ejemplo, que al papel de agitación y denuncia le faltaba una propuesta política. En mi época de estudiante el movimiento estudiantil de la UIS lo dirigía un grupo que se llamaba Los Grupos de Base. Ellos eran antiimperialistas, antielectoreros, antireformistas, antiburgueses. 

Uno nunca se planteaba el problema de la autonomía universitaria, el problema del saber dentro del aula de clase, y si se planteaba era en términos de la revolución. En realidad, estuvimos de espaldas a la universidad. La universidad era un aparato ideológico que la burguesía ofrecía, cuyo papel fundamental era preparar cuadros técnicos burgueses, brindar canales de ascenso para la sociedad y difundir los valores de la burguesía. Nosotros dentro de ese aparato ideológico éramos el dolor de cabeza, constituíamos entonces un grupo crítico que se oponía a eso, porque estábamos vinculados al movimiento de trasformación de toda la sociedad. El movimiento estudiantil de aquella época es muy diferente al de ahora. Yo diría que, en esa época, los grupos de estudiantes tenían una capacidad de convocatoria muy superior a la de ahora y también tenían un margen de actividad muy superior al de ahora. También era menos peligroso y los estudiantes se podían mover más. Los estudiantes, además, tenían un gran un poder de credibilidad sobre la gente. No recuerdo que tuvimos que recurrir a cerrar las puertas de entrada a la universidad. Eso para nosotros hubiera sido un fracaso completo. Nosotros convocábamos en la cafetería, convocábamos en el Camilo Torres (el Camilo estaba en construcción), y la gente a las diez de la mañana iba allá después de haber ido a clase a las ocho o a las nueve. Los estudiantes que iban eran más o menos de cinco mil; a las asambleas iban unos mil doscientos estudiantes de los cuales unos doscientos estaban muy comprometidos, es decir, orgánicamente comprometidos de alguna manera. 

Una vez subieron el pasaje del bus, de 50 centavos a 1 peso. Nosotros fuimos capaces de llevar el movimiento estudiantil hasta convocar al movimiento gremial y hacer un paro cívico en la ciudad. Se veían manifestaciones de tres mil, cuatro mil estudiantes. La movilización estudiantil era realmente poderosa. Pero la democracia dentro de los grupos politizados era altamente manipulada. Existían unos grupos que todo el mundo los reconocía porque eran muy particulares, tenían grupos de aplausos, de silbidos, y su tarea era no dejar hablar a ciertas personas. A los estudiantes que se iban en sus planteamientos hacia la derecha era muy difícil que se les dejara hablar y, al final, después de haberlos silbado, se imponía la dirección, se imponía el silencio para que pudieran hablar, pero claramente no se les escuchaba. Un día estábamos en una reunión, en una asamblea en la Facultad de Salud, que era el foco de la derecha. El presidente de la asamblea era el representante de los estudiantes de Salud y se había puesto como norma que cada intervención durara tres minutos. Entre otras cosas, en el orden de la intervención también había manipulación, porque, ciertamente, se les dejaba hablar a todos en la asamblea, pero como ya se sabía quiénes iban a hablar según el orden preestablecido, si alguien de derecha pedía la palabra se le anotaba y enseguida iba uno de nosotros para que lo pudiese refutar, de acuerdo a la importancia o a la capacidad dialéctica. Eso ya lo sabía el que anotaba. De manera que la cosa era democrática, pero estaba manipulada en cierta forma. En aquella asamblea de la Facultad de Salud de pronto habló un muchacho de la derecha que no estaba de acuerdo con nosotros, y al minuto todo el mundo ya no le prestaba atención. La gente miraba el reloj y cuando iban dos minutos de intervención resolvieron robarle un minuto al muchacho, y entonces empezó una silbatina de aquí para allá. Los de la derecha gritaban: “falta un minuto, falta un minuto”. El presidente de la asamblea sabía que faltaba un minuto, pero él dejó que se silbara un rato y al fin se paró, cogió el micrófono y mandó callar a todo el mundo y dijo: “Por favor, soportémoslo un minuto más”. 

Cuando considerábamos que nosotros teníamos las herramientas conceptuales que nos permitían analizar cualquier problema, las leyes de la dialéctica y el materialismo histórico, nos convertíamos en personas capaces de resolver cualquier problema. Decíamos: “póngame un problema que yo se lo resuelvo. El problema puede ser el que sea, pero yo soy capaz de enmarcarlo dentro del proceso de las ideas del materialismo histórico y de la dialéctica”. Sin embargo, creo que lo que nos pasaba era que teníamos una concepción de la ciencia muy positivista, una concepción de la ciencia como un cuerpo de verdades, no como un cuerpo de hipótesis, o sea, nosotros éramos los que teníamos las armas, teníamos el materialismo histórico y la dialéctica que era lo más avanzado del pensamiento científico. Por consiguiente, nosotros teníamos la posibilidad de interpretar el mundo, de leer el mundo y lo hacíamos desde esa perspectiva ideológica, y por eso nosotros nunca teníamos dudas, es decir, uno rápidamente llegaba a “la posición correcta” porque tenía cómo llegar, tenía las armas para llegar. 

El problema es que en Colombia no tenemos una mentalidad científica. La mentalidad de nosotros es mágica y religiosa, es decir, nosotros podemos estar en la ingeniería, pero lo hacemos desde una estructura de pensamiento mágico y religiosa. La universidad, por otra parte, está enmarcada en una concepción autoritaria del saber de la ciencia, o sea, en una concepción mesiánica del saber, todo conlleva a la reproducción de esa mentalidad, de esa forma de pensar que obviamente sí produce soluciones, es efectiva, es eficiente, etc., pero una mentalidad puramente científica no la tenemos. Pese a ello, para nosotros lo que sí era importante era estudiar y aprender, porque eso se veía como una manera de acceder al conocimiento científico, y el conocimiento científico era concebido como un arma, un arma poderosa. 

En el caso de las ingenierías realmente había planes nacionales. Por la época del setenta todas las ampliaciones de Ecopetrol se hicieron para mejorar la producción de gasolina, sobre todo a partir de crudos pesados. Eso abrió una perspectiva para la Ingeniería Química, de Petróleos, Civil y para la Mecánica, es decir, nos abrió a los recién graduados en estas ingenierías un mercado fuerte; también fue la época de las cuatro estrategias de Pastrana. Y allí hubo una estrategia importantísima, una de ellas era la construcción y entonces había un boom muy fuerte que también dio pie para mucho trabajo en esta vía; además, eran épocas buenas para el acero. Esta fue una época en la que no había mayor problema con el empleo, además empezó el boom del petróleo. La crisis mundial del petróleo fue en 1973 y los petroleros que estaban sin trabajo ahora eran los que más tenían trabajo, los que mejores trabajos tenían, porque nosotros éramos productores de petróleo. Por ahí en el libro que acaba de salir, ¿Para dónde va Colombia?, el primer artículo lo escriben López y Belisario, dice que el país está jodido porque ha tenido cuatro bonanzas: la bonanza del petróleo en los años setenta, la bonanza del café en el 78, la bonanza de la marihuana y la bonanza de la coca, que esas cuatro bonanzas se tiraron al país. Que el país no está tan mal, pero que las bonanzas nos tienen jodidos.  

Pero en aquella época, para los que estábamos alinderados con la izquierda, la ciencia era algo que estaba hecho, para decirlo en muy pocas palabras, nosotros éramos completamente deterministas, es decir, el mundo se puede conocer y el método de conocerlo ya lo sabemos, es la dialéctica marxista-leninista. De manera que si no se conoce este método científico solo es cuestión de ignorancia, falta de más trabajo. El mundo se puede conocer así, lo que se debía hacer era agregar conocimientos. Ciertamente una concepción mecanicista, a pesar de que hablábamos de una dialéctica. Esa concepción era mecanicista y muy cerrada, muy dogmática, había un sólo método para conocer que era la dialéctica. Hoy en día, yo creo que ya nada de eso vale. 

De todo esto yo diría que en aquella época en nosotros había más estudio político, algo que me parece que ahora no lo hay. Es que cuando eso había un norte, había una utopía, estaba la revolución socialista y estaba la teoría marxista-leninista, pero ahora nos quedamos sin todo esto, los muchachos se quedaron sin el norte, se quedaron sin la teoría y hay más dificultad de ubicarse políticamente. En 1976, 1977 hubo una rectora que expulsó más de cien estudiantes. Según mucha gente y todavía lo dicen, esta rectora salvó a la UIS y gracias a ella la universidad volvió por su cauce. Pero de alguna manera la universidad también fue silenciada. Nunca la Audesa volvió a ser lo que era, se acabó porque nosotros dimos papaya, o sea, el estudiante cometió muchos errores tácticos y se expuso demasiado, y esta era una señora que de verdad era de armas tomar. 

Recuerdo que en el año de 1985 se presentó para el reingreso a la UIS uno de los líderes de aquella época, César Loaiza. Hubo dos votos afirmativos para que volviera a la universidad, el del rector de entonces y el mío, yo estaba en el Consejo Académico, el resto de los votos fue negativo y no recibieron a Loaiza. Después, más o menos en 1992, sí lo recibieron. Jairo Navarro también está aquí en la UIS, ahora dirige unos coros en la Escuela de Música, él fue uno de los que lideró el movimiento, era el presidente de la Audesa en el momento de las expulsiones. Navarro está aquí ahora como profesor de música, de cátedra, él nunca fue reintegrado.  

En mi caso, ya graduado, en el año 78 me presenté a un concurso en la Universidad Nacional y lo gané. Entonces me fui a trabajar allá, pero la Nacional tiene una norma que es justa, pero a mí me perjudicó tremendamente, y es que para salir al exterior se necesitaba tener un mínimo de dos años de experiencia, y en el año en que yo me fui a trabajar me salieron dos becas, una para Alemania y una para Estados Unidos. A mí me pareció que no era conveniente esperar y me fui a hacer el doctorado, entonces tuve que renunciar. Y estando allá, la UIS me mandó una comunicación en la cual me ofrecía trabajo, mi doctorado lo realicé en Pensilvania, Estados Unidos, tres años porque yo me fui con el Magisterio. Después me vine para la UIS y ahí sí ya he tenido muchas oportunidades de salir al exterior a estudiar. Hoy sigo pensando en lo chistoso que fue llegar por primera vez a Estados Unidos, a hacer el doctorado, cada día vivía allá más sorprendido porque en realidad no veía en nada acorralado al imperialismo.