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A oídos sordos… ‘manos que hablan’: la ‘profe’ UIS que enseña la lengua de señas

Profesora Claudia en el aula de clase

Yuriana Calderón, Dirección de Comunicaciones UIS para Cátedra Libre

En un mundo de silencios, donde las palabras no nacen del aire sino del alma, donde las manos tejen sílabas y los gestos y miradas se convierten en verbos y sustantivos, Claudia Hernández ha sabido abrirse paso en un mundo lleno de barreras para personas que, como ella, son sordas.

Viene de una estirpe en la que el lenguaje no se oye, sino que se siente, se ve: en los gestos que dibujan emociones, en las manos que narran historias, en los ‘ojos que aprenden a escuchar’… Hija de padres sordos, criada entre manos que arman palabras en el aire, aprendió desde niña que el amor y las ganas de salir adelante también hablan sin voz. Sus hermanas gemelas, Luisa y Liliana, son su eco más fiel, sus cómplices de toda la vida, su voz cuando el mundo exige sonido.

Cuando el silencio enseña más que mil palabras…

Hoy, en las aulas de la UIS, Claudia y sus hermanas enseñan con lengua de señas… también enseñan a mirar distinto. Pertenecen a la Escuela de Idiomas y a la Escuela de Derecho y Ciencia Política en las que dictan las asignaturas de Pedagogía para la Inclusión Escolar y Lengua de Señas.  Además, hacen parte de la Línea Transversal de Discapacidad. Siempre se les ve caminar en trío, o en dúo, como mínimo, porque su trabajo toda la vida ha sido en equipo… Inseparables.

Claudia es madre de dos hijos, licenciada Honoris Causa en Literatura y Lengua Castellana, magíster, y ahora doctoranda. Cada logro suyo es una rebelión contra el prejuicio, una sinfonía sin sonidos que desafía las convenciones del mundo oyente. Luisa y Liliana caminan a su lado como dos reflejos, prestándole su voz cuando hace falta, aunque todos los que conocen a Claudia saben que su verdadero lenguaje siempre ha sido el de la grandeza callada.

Luisa, Claudia y Liliana, profesoras de Lengua de Señas en la UIS

Las manos de Claudia hablan. No con palabras, sino con una energía que viene del tesón, el amor, las ganas, la ternura y la resistencia. Desde pequeña tejía el mundo con los dedos, mientras su entorno vibraba en otro ritmo que no era el del sonido, sino el del alma. “No quería hablar”, recuerda su madre, Patricia Valdivieso de Hernández, quien también es sorda. “Yo entre señas le decía: diga casa, diga mamá. Y ella me respondía, con señas: ‘no quiero’”. En ese rechazo al lenguaje oral, no por querer sino porque la genética así lo dispuso, se gestaba una forma pura y poderosa de comunicación… La de hablar el mismo idioma, un idioma que no requiere de ruido pero que hace ‘eco’ en ese mundo de sordos del que Claudia es abanderada.

No solo creció en el silencio, lo habitó, lo moldeó. Lo convirtió en una morada donde hoy viven sus hijos, sus estudiantes, sus hermanas, su familia … su historia. Luisa lo dice sin rodeos: “para nosotras las señas son como la sangre en las venas. Naturales. Todo es en señas en casa, porque no había otra forma de vivir” … Y es que en la familia Hernández Valdivieso, los oídos de papá, mamá e hija, fueron puertas cerradas al sonido, al igual que los de otros familiares.  Allí, las oyentes fueron Luisa y Liliana.  También lo son los dos hijos de Claudia.

Claudia, una guía silenciosa…

Pero contrario a lo que muchos podrían creer, en su infancia, Claudia fue la guía de las gemelas, cumpliendo con honores su papel de hermana mayor. Más tarde, serían ellas quienes traducirían el mundo para ella. “Claudia nos cuidaba y protegía desde chiquitas”, cuenta Liliana. “Y después, cuando ella iba al médico o a estudiar, éramos nosotras las que le traducíamos, las que la acompañábamos. Nunca fue un favor, fue amor”.

La lengua de señas no fue la única herramienta para Claudia. Fue su estandarte. Su forma de decirle al mundo que la sordera no es una carencia, sino una forma distinta y legítima de estar en él. “La lengua de señas ha sido una aventura fascinante”, dice.

Claudia es hija de padres sordos

“Yo amo este trabajo, generar impacto, que los niños sordos me vean y piensen: si ella puede, yo también puedo”.  Ha construido un puente entre dos mundos. Uno que no escucha y otro que no siempre comprende. Pero ha aprendido a cruzarlo con dignidad, con una sonrisa, con las manos siempre en movimiento y con los ojos ‘escaneando’ lo que le rodea. “No es fácil”, admite. “Pero si yo me quedo esperando a que el mundo me entienda, no avanzo. Me toca avanzar yo primero”, dice con vigor.  En sus gestos y la fuerza que le da al movimiento de sus manos, se nota cada vez que quiere recalcar algo muy importante.

Ella, la mujer de peinado siempre impecable, porque hasta para eso opta por la perfección, desafió los prejuicios del sistema educativo; los ‘desarmó’ con sus logros. Desde su paso por el bachillerato, donde fue una de solo tres estudiantes sordas entre 50 oyentes, hasta la universidad, su camino fue empedrado. “Yo no puedo quedar esperando a ver a quién se rompen las barreras. No, me toca a mí avanzar y avanzar para poder acceder”, reflexiona, mostrando la determinación que la ha acompañado siempre.

Herencia de coraje: “las personas sordas no le temen a nada” …

Los hijos de Claudia son oyentes

Ese mismo ímpetu es el que heredaron sus hijos, Catalina y Marco. Ambos crecieron entre dos idiomas: el español y la lengua de señas. “La mitad de mi familia, casi que de verdad la mitad son oyentes, la otra mitad son sordos, entonces eso me dio mucho estímulo para aprender diferentes lenguas (…) No me pareció difícil nada.  Porque las personas sordas tienen eso, no tienen tanto miedo como las personas oyentes, y aprendí eso”, apunta Catalina, describiendo la riqueza de su entorno.

Marco, con la elocuencia de quien ha observado desde el corazón, se expresa con orgullo: “me parece valioso que mi mamá haya podido lograr todo lo que ha logrado, ha llegado a ser profesora en más de dos universidades, es muy buena en su trabajo, se esfuerza demasiado, tanto en su trabajo como apoyándonos a nosotros en todo lo que hemos necesitado, y estoy muy orgulloso de que ella haya podido salir adelante con tantas dificultades. No ha tenido excusas”.

“Me parece que mi mamá es muy valiente, ella no le tiene miedo a nada, fue la que me enseñó, me inculcó eso de no tenerle pena, de no tenerle miedo a nada, todo lo que quería hacer, lo podía hacer, porque también las personas sordas tienen eso, no tienen tanto miedo como las personas oyentes”, reitera Catalina.

La docencia llegó como un destino inevitable a la casa de las Hernández. Enseñar no fue una meta; fue una consecuencia. “A veces no siento que esté trabajando”, dice Luisa. “Esto es nuestra vida. Es nuestra lucha, nuestra manera de existir”.

Luisa y Claudia en el aula de clase

La fuerza de esta familia viene de la constancia, del amor tejido con miradas, de las manos que se mueven en el aire, de los abrazos que no necesitan palabras. De una madre, un padre que, sin haber oído la voz de sus hijas, supieron cómo guiarlas con exactitud y disciplina.

“Pensé mucho en el futuro de Claudia”, recuerda su madre. “Me angustiaba. Pero ella dijo: yo sí voy a trabajar. Y lo hizo”.  Desde muy temprano, doña Patricia notó que su primogénita había llegado a este mundo en su misma condición, “empecé a darme cuenta y a hacer señas, en la casa había muchos sordos, todos mirábamos y ella se daba cuenta de todo y todo lo hacía con señas”.

Pero Claudia es el ejemplo de que las palabras no siempre necesitan sonido para hacer eco. Es Licenciada en Literatura y Lengua Castellana ‘Honoris Causa’ de la UIS; profesora universitaria, esposa, madre, hija, hermana.  Junto a sus hermanas, es magister en Métodos y Técnicas de Investigación, también de la UIS. Ha logrado más que muchos que sí escuchan, pero no oyen. Más que muchos que sí hablan, pero no comunican.

En su andar ha dejado una estela de esperanza. No solo para su comunidad, sino para una sociedad entera que aún necesita aprender a mirar con el alma. “Las señas no son solo comunicación”, insiste. “Son respeto, acceso, identidad”.

Una sociedad de ‘oídos sordos’ y palabras necias…

“Cuando yo empecé, nadie entendía qué era ser sordo. Decían que era una enfermedad, incluso, en la escuela, en esa época, intentaban obligarme a hablar, me maltrataban por ello. Pero yo me ponía la camiseta y decía: aquí estoy, esto es lo que soy”. Su voz es distinta, sí. No viene de las cuerdas vocales, sino del movimiento constante de sus manos. Del silencio que no calla, de una mujer que ha sabido abrirse campo en una sociedad que muchas veces se hace la de ‘oídos sordos’, de palabras necias.

El sueño de Claudia es también colectivo, piensa en los niños, en los ancianos… “Quiero que haya programas para personas sordas en la tercera edad. Que no lleguen solos a la vejez”. Ese anhelo, que comparte con sus hermanas, es semilla de futuro. Una utopía que, como todas las grandes, comienza con un gesto.

Claudia Hernández

 “A esos niños sordos y a sus padres oyentes que van a tener de pronto dificultades en la comunicación, yo les digo que se pongan firmes, que luchen, que exijan el respeto a su forma de comunicación en señas”, aconseja Claudia, comprometida con la formación de familias y comunidades inclusivas.

Aunque para ella el mundo no tenga ruido, tiene música. Porque en él resuenan los colores, los abrazos, las señales de una vida vivida sin pedir permiso. Cada clase suya en la UIS es una puerta abierta a la inclusión, a aprender una lengua que debería ser común denominador: la lengua de señas, la misma que no necesita de boca porque usa las manos como herramienta.

“Generalmente tenemos que estar moviendo las manos para decir las cosas, yo de repente tengo las manos atrás, pero se me salen y empiezo a hacer movimientos por la necesidad” … a Liliana y a Luisa, a pesar de ser oyentes, ese movimiento de manos les sale natural. 

“Mis manos hablan. Ellas salen diciendo todo… porque este ruido que tenemos yo lo tengo que expresar; se me sale naturalmente”, afirma Luisa, cerrando con la certeza de que, en esta familia, el silencio nunca ha sido sinónimo de ausencia.

Y así, mientras sus manos narran y enseñan, su vida se convierte en un ejemplo de lo que significa vencer. Porque Claudia no solo aprendió a leer el mundo sin sonido, aprendió a escribirlo, a enseñarlo, a habitarlo con dignidad.

El final, Claudia llevó su mano derecha a la barbilla y luego la bajó hasta el pecho para reposarla sobre la izquierda, ambas palmas mirando hacia arriba.  Con esa última seña dio las gracias por dar a conocer su historia.

Gracias a ustedes, porque en un mundo lleno de ruido, el acto más poderoso de todos es hacer que el silencio hable.